Patricio Valdés Marín
La estructura del
mercado está compuesta por dos subestructuras: el mercado como órgano sensible
y regulador del sistema, y los agentes económicos libres que venden y compran.
En el mercado el valor de un producto alcanza un equilibrio entre su demanda y
su oferta. Lo que resulta claro es que el productor, a través del mercadeo,
procura inducir al consumo para minimizar los riesgos de fracaso. Una economía
de mercado no es incompatible con una economía planificada. Ambas se
complementan según la escala económica de que se trate. La planificación es
necesaria tanto en la escala nacional como en la escala empresarial.
El mercado
La estructura de la economía de mercado está constituida por
dos subestructuras o unidades funcionales. La primera corresponde al mercado
mismo como lugar espacial, que es donde se transan las mercancías, siendo el
centro que funciona como órgano sensible y regulador del sistema. La otra
subestructura está constituida por el conjunto de los agentes económicos libres
que concurren al mercado en su calidad funcional de productores y consumidores,
o más genéricamente de vendedores y compradores. El mercado es el lugar físico
o virtual donde las mercancías cambian de dueño, transfiriéndose su propiedad,
mediante el pago de un valor monetario –acordado allí o previamente establecido–
o simplemente a través del trueque de las mismas mercancías.
En el libre mercado las cosas adquieren un valor de acuerdo
a las leyes de la oferta y la demanda. A través del funcionamiento de su misma
estructura, a los agentes económicos se les imparte información para la
decisión que más les convenga a sus intereses individuales. La información
tanto para quien compra como para quien vende viene resumida en el mismo precio
en que se valora y se transa la mercancía y sus fluctuaciones en el tiempo. El
precio relaciona una mercancía con el conjunto, otorgándole un valor relativo
respecto al todo. El precio señala, en consecuencia, la conveniencia o
inconveniencia de producirla o consumirla. La multiplicidad de decisiones se
unifica en la escala superior del mercado, determinando los niveles de precios
y proyectando las necesidades de producir o consumir según las posibilidades y
oportunidades.
Una mercancía negociable en el mercado es toda riqueza que
puede servir para satisfacer indistintamente las necesidades de producción y
consumo, y que sea además relativamente escasa. Una mercancía es tanto un bien
de consumo como una tecnología o un derecho, o cosas bastante más intangibles,
pero igualmente apreciadas. También el trabajo y el dinero son mercancías y,
por tanto, son negociables en el mercado, por lo que adquieren un valor. Todo
llega a tener un valor relativo, determinable por el mercado. Nada tiene
referencia a algo objetivo y estable, ni siquiera al costo real de producción.
El valor de una mercancía es el resultado del equilibrio de dos
fuerzas, el poder del consumidor y la capacidad de producción. Está determinado
por la relación entre la oferta y la demanda, y no por la suma de los esfuerzos
empleados en su producción. John Locke (1632-1704), que no era economista,
estaba equivocado cuando afirmó: “el trabajo es el que establece la diferencia
de valor en todas las cosas”, idea que fue retomada posteriormente por Marx. En
la economía de mercado la medida del valor la establece la cantidad de esfuerzo
que tanto quien produce como quien consume están dispuestos a realizar, en una
comparación del tipo costo-beneficio. Desde luego, el costo puede ser muy
relativo, dependiendo más de la eficiencia que del tiempo que demanda el
esfuerzo.
También el valor de uso es relativo. El individuo, que
valora el beneficio existente en una mercancía, no sólo se encuentra ante una
variedad de cosas que le permiten satisfacer sus múltiples necesidades
objetivas de supervivencia y reproducción, también valora subjetivamente esta
oferta según parámetros no siempre evidentes, como el polvo de colmillo del
rinoceronte o un par de zapatillas deportivas por su marca comercial más que
por su belleza o su calidad.
En consecuencia, el valor de cambio de una mercancía tampoco
es algo objetivo, como el costo real requerido para producir una riqueza
traducida a cantidad de trabajo, sino lo acordado entre los dos agentes de la
transacción dentro del marco del mercado. Puesto que una transacción establece
un precio muy subjetivo, según el valor acordado por los dos sujetos de la
transacción, no constituye una medida objetiva y estable hasta mientras no
exista un número considerable de unidades y agentes económicos. El precio del
bien transado llega a ser entonces un valor estadístico. Pero también este
precio llega a ser más que un valor promedio. Basta que existan más de dos
agentes en una transacción, es decir, más de un comprador y/o más de un
vendedor, para que la competencia surgida influya en el precio según la ley de
la oferta y la demanda. Y mientras mayor sea la cantidad de agentes económicos
compitiendo por ofrecer y demandar productos, su valor de mercado tiende a
reflejar el valor que surge de la suma de trabajo empleado en su producción,
con el mérito adicional de que los esfuerzos tienden a ser más eficientes y a
alcanzar una mayor productividad.
El mercado, en cuanto mecanismo autónomo, es similar a la
evolución biológica. Mientras ésta regula la aptitud de los organismos
biológicos para sobrevivir y reproducirse según la selección natural, aquél
regula la producción y el consumo según la oferta y la demanda de productos. En
ambos sistemas existe competencia y los recursos de los que dependen son
limitados.
Por lo anterior, la condición determinante para el éxito de
un particular producto en el mercado es la competitividad. Pero para que un
producto sea competitivo en relación a otro, es necesario que haya sido
producido en forma eficiente. En primera instancia, la fuerza (humana) empleada
en producir bienes y servicios debe ser inferior a la fuerza aprovechable (por
los seres humanos) que de éstos se puede obtener. De otro modo, la actividad no
aportaría un beneficio por sobre lo consumido, no conseguiría una diferencia
energética positiva. Así, mientras mayor sea la diferencia positiva de energías
obtenida, tanto más eficiente será la actividad económica.
En segundo término, en la comparación entre dos actividades
económicas alternativas, aquélla más eficiente será más competitiva. Un
eficiente empleo de los recursos hará más ventajosa esa actividad particular
frente a otra similar menos eficiente. Los recursos naturales convertidos en
riquezas por la producción deben aportar mayor energía que la destinada a su
explotación. En consecuencia, en el mercado la eficiencia de la actividad
económica resulta ser una medida comparativa determinante para el éxito de un
producto que entra en competencia con otros y que puede, por lo tanto, generar
mayor beneficio.
El mercado define estructuras limitando las alternativas de
escalas superiores. Por ejemplo, una vez definido el emplazamiento de un
puente, o la tecnología para conducir electricidad, o un procedimiento para
preservar alimentos, se limitan las alternativas a lo definido, pero se abren
simultáneamente nuevas y numerosas posibilidades para las decisiones en escalas
superiores de mercado.
La oferta y la demanda no tienen fuerzas equivalentes desde
el punto de vista del desarrollo de la economía. Ya Jean Baptiste Say
(1767-1832) enunció un principio, conocido como la ley de Say, que dice que la
oferta crea su propia demanda, probablemente siguiendo la falsa teoría
evolucionista de su coterráneo, Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), de que la
necesidad crea el órgano. En realidad es más probable que ocurra lo contrario,
es decir, que la demanda determine la oferta por estar antes que ésta. Sin
demanda no existe actividad de la oferta. Si se produjera un aumento de la
demanda, la oferta no tardaría en ponerse a la par, pues el circunstancial
aumento del precio la incentiva para alcanzar este aumento, aunque sea a costa
de cualquier cosa. Por satisfacer una demanda la historia ha sido testigo de
hacer la guerra, esclavizar naciones, explotar recursos hasta la extinción,
contaminar el medio ambiente. En cambio, ante un aumento de la oferta, los
precios sólo caen hasta que la oferta pierde el nivel de ganancia que la
incentiva. En consecuencia, la palabra clave de la relación oferta-demanda para
el desarrollo económico es el incentivo que mueve a la oferta a emprender y gastar
energía frente a la existencia o aparición de una demanda.
Sin embargo, la planificación para producir una cantidad de
un producto que asegure utilidades exige, a pesar de la argumentación anterior,
que la oferta produzca su propia demanda, como indica la ley de Say. Tal como
señalaba el keynesiano John Kenneth Galbraith (1908-2006) en su libro American Capitalism, 1952, los
productos, como los modelos de automóvil, tardan años desde que son
primeramente diseñados y producidos hasta que llegan al mercado, mientras se ha
hecho una enorme inversión en desarrollarlos. Una empresa no puede correr el
riesgo que no los pueda vender una vez que haya invertido tanto y haya
fabricado los vehículos. La empresa debe emplear todas las artimañas de la
mercadotecnia para crear una demanda por su producto, imponiéndolo en el
mercado, induciendo al consumidor a comprar, anulando su libertad personal, a
adquirir el producto hasta vender la producción que ha sido programada para
pagar los costos de desarrollo y producción y obtener utilidades. El problema
de fondo al que apunta Galbraith es que las señales instantáneas del mercado
tienen una validez muy disminuida para una oferta que está obligada a
planificar su producción con una antelación de años.
La conclusión de este argumento es que el mercado no es tan
libre como se supone y , aunque la competencia esté garantizada, puede ser
manipulado por un apropiado mercadeo. Una consecuencia que se puede derivar de
lo anterior es que el problema socioeconómico actual no es el consumismo, sino
que el productivismo. La tecnología industrial ha permitido una producción en
masa tan prolífica que el productor debe inducir al consumidor a consumir. El
productivismo está tras el agotamiento de los recursos naturales, la
contaminación, la sobrepoblación, el armamentismo, el calentamiento global,
etc. Y el productivismo es generado por la enorme acumulación y concentración
del capital.
Para que el mercado funcione bien en su función de regulador
de los precios, requiere tres condiciones: 1. estar libre de interferencia de
factores externos, tales como la acción estatal en la fijación de precios y en
el otorgamiento de privilegios, la existencia de monopolios y cárteles, la
manipulación publicitaria; 2. un número importante de agentes oferentes y
demandantes, económicamente libres, informados y relativamente homogéneos, y 3.
preferentemente, una economía en expansión.
Como es de suponer, todas estas condiciones ideales no se
dan plenamente en la realidad, y menos en la actualidad, cuando el capital,
ahora virtualmente en su totalidad privado, se ha vuelto tan
desproporcionadamente importante e influyente. La economía de mercado, que
depende de la existencia de un mercado libre, queda viciada por contener entre
sus agentes más conspicuos a capitales relativamente poderosos que llegan a
dominar el mercado e imponer sus precios y condiciones con la finalidad de
mejorar su participación y obtener mayores ganancias.
Los nichos de mercados tienden a ser ocupados por
monopolios. Éstos surgen como resultado de una dura competencia en la que el
capital se intensifica para desarrollar tecnologías exclusivas, protegidas y
más competitivas, y tienden a abarcar cada vez más extensión del enorme mercado
global hasta cubrirlo en su totalidad. Esta capacidad económica la pueden
ejercer sólo las empresas supervivientes en la lucha sin cuartel de la
competencia y que se han constituido en unas gigantescas corporaciones
transnacionales. La tendencia de cada una de estas corporaciones es volverse
monopólica a escala global, obstaculizando el ingreso de competidores, con lo
que se destruye o queda mermado el idealizado mercado libre.
Una cosa es el mecanismo descrito del funcionamiento del
mercado y otra muy distinta es la ideología liberal que pretende explicar las
cosas por el mercado y sus leyes. El mercado puede existir y funcionar
perfectamente bien sin necesidad de estar apoyado por esta ideología. Por el
contrario, el liberalismo económico y en particular el neoliberalismo llegan a
conclusiones aberrantes por el reduccionismo de someter el funcionamiento de
todas las cosas a la oferta y la demanda. De este modo, supone que los agentes
económicos, los seres humanos, son, en último término, individuos que siempre
actúan en forma egoísta según sus mezquinos intereses, teniendo como meta la
felicidad propia entendida como la satisfacción de sus pasiones, donde, además,
si el individuo llega a alcanzar dicha meta, es exitoso. Cree además que la
máxima capacidad de la autodeterminación del individuo es la de decidir
“libremente” entre comprar o no comprar, o comprar tal o cual mercancía. Y por
mercancía se entiende todo lo que puede satisfacer apetitos, desde el pan hasta
el obrero, desde el par de zapatos hasta la esposa, desde la lavadora hasta el
político, desde el lápiz hasta las ideas.
[En esta perspectiva, lo que
determinaría la libre decisión mercantil del individuo son sus vísceras y no su
razón, sentimientos, proyectos o moral. La razón queda relegada a la función de
determinar qué mercancía puede satisfacer mejor a sus apetitos. Desde luego,
los cultores de esta ideología tienen una cierta incapacidad para comprender a
quienes desean una vida simple, buscan la justicia social, trabajan por el bien
común, quieren preservar el medio-ambiente o anhelan la libertad personal y el
autogobierno. Más aún, es aberrante la aseveración de Friedrich von Hayek
(1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006) que la libertad económica es la
condición necesaria para la libertad política.
La planificación y el
mercado
Tres antinomias aparecen en la estructura ideológica y
artesanal de la economía contemporánea que generan profundas divisiones
respecto a las políticas económicas que debe adoptar la estructura socio-política.
Estas son: 1. el Estado planificador versus la libre empresa en la asignación
de recursos; 2. el mercado controlado versus el libre mercado; 3. la propiedad
colectiva o estatal del capital versus su propiedad privada. De este modo,
mientras la economía liberal, en una postura extrema, sostiene que la economía
debe basarse exclusivamente en la libre empresa, el libre mercado y el capital
privado, al tiempo de procurar disminuir las funciones económicas del Estado a
un mínimo meramente regulativo, la economía netamente socialista, en el extremo
opuesto, privilegia en esencia la economía planificada, el mercado controlado y
el capital estatal o colectivo. Considerando la importancia natural que se
otorgan a estas antinomias, conviene analizar a continuación las dos primeras
(la tercera fue analizada en mi ensayo El
derecho de propiedad privada, en http://forjapueblo6.blogspot.com).
Los criterios que se usan son, entre otros, la eficiencia, la libertad
individual, la equidad, el bien común, el riesgo, la subsidiariedad, el
beneficio, la utilidad.
La economía de mercado se distingue porque depende de
condiciones estructurales determinadas. Entre éstas pueden destacarse la
cantidad de agentes económicos, su poder relativo o su capacidad y
diferenciación funcional productiva o de consumo de cada uno de ellos. De este
modo, si los agentes y los productos son relativamente pocos, no puede haber
mercado y el trueque llega a ser la forma predominante de relación comercial.
Si la diferencia de poder relativo entre los individuos es grande y la energía
predominante es el trabajo humano, la esclavitud llega a ser determinante como
manera de transformar una relación causal inducida en una relación causal
obligada.
Además, si el poder económico lo monopoliza el Estado, la
sutil estructura de intereses diversos es organizada en forma homogénea por una
ruda “planificación centralizada”, la que tiene la característica de dirigir la
diversidad de esfuerzos hacia una meta propuesta por la dirección política.
Esta puede variar desde el esfuerzo bélico para ganar una guerra y el
fortalecimiento del Estado hasta la satisfacción de las necesidades básicas de
vivienda, salud, educación y trabajo de la gente. Pero el hecho de construir un
Estado tan poderoso lo hace aparecer al pueblo más importante que la persona,
pasando el individuo a ser funcional al mismo Estado.
En cambio, si el poder económico lo detenta el capital
privado, la riqueza creada va principalmente en beneficio de los poseedores del
capital, acrecentando su poder e influyendo sustancialmente en la estructura
política, de modo que los trabajadores se mantienen en un nivel prácticamente
de subsistencia. El capitalista utiliza la economía de mercado para sus propios
fines. Al determinar dónde, cómo, cuando y cuanto invertir influye
decisivamente en las remuneraciones, los productos y hasta en sus precios. A
través de la estructura de la economía de mercado, el capital consigue un poder
tan extraordinario que la modifica hasta el punto de estructurar monopolios y cárteles,
verdaderos destructores de la economía de mercado y su libre competencia.
La libertad que proclama la economía capitalista se reduce a
la libertad para comprar y vender y la limitada libertad para emplearse, ya que,
en la medida que el capital se concentra, la tercera libertad económica, la de
emprendimiento, alcanza solo para una influyente y acaudalada minoría. Virtualmente,
los trabajadores quedan reducidos a una especie de esclavitud. En consecuencia,
hasta ahora no se ha logrado el ideal de la repartición de la riqueza en forma
más homogénea a la totalidad de los individuos, conseguir el pleno empleo, y
respetar y asegurar los derechos fundamentales de cada uno.
La estructura económica se relaciona con la estructura
política de diversos modos, pero según la funcionalidad propia de cada cual. En
el curso del siglo XX la economía centralmente planificada por el Estado logró
enormes éxitos en el desarrollo económico de países muy subdesarrollados (URSS,
China) a través de la acumulación de capital por ahorro forzoso, la dirección
de la inversión para desarrollar empresas claves de la economía y el
sometimiento de la mano de obra. También ha tenido mucho éxito en los grandes
esfuerzos colectivos demandados por la horrenda guerra total en los conflictos
bélicos del pasado siglo. La experiencia histórica señala, no obstante, que
este desarrollo forzado pisotea, en nombre de la igualdad y la modernidad,
hasta las libertades más fundamentales, causando grandes sufrimientos humanos.
Ello ocurre de esta manera por privilegiar la chauvinista grandeza de la nación
por sobre los derechos humanos en un nacionalismo inhumano.
Cuando la estructuración económica se hace más compleja y
los productos son más variados y sofisticados, en comparación con la economía
de mercado la economía planificada por el Estado se torna ineficiente para una
mejor asignación de recursos y un desarrollo tecnológico y, por tanto, menos
competitiva en el mercado globalizado. Además, como concentra en sí enorme
poder político y económico, permite poca libertad para invertir capital con
máximo beneficio.
Por el contrario, la virtud de una economía de mercado
frente a una economía planificada centralmente radica en asegurar la libertad
del mercado para asignar recursos de manera más eficiente a través de una
estructura de precios que refleja con mayor realismo los costos de los
productos. Siempre que se combata el monopolio, en este tipo de economía la ley
de la oferta y la demanda logra funcionar apropiadamente, pues permite un
máximo aprovechamiento y eficiencia en la utilización de los recursos al
determinar la medida precisa de las posibilidades y las necesidades. Esto no
quiere decir que la función de la economía de mercado sea conseguir la equidad
y lograr que cada cual produzca según sus capacidades y consuma según sus
necesidades. Más bien es perfectamente válido extrapolar, como una analogía, la
competitiva lucha darwiniana a la economía de mercado, pues los agentes
económicos primarios son los individuos humanos que persiguen su propia
supervivencia en la jungla del mercado según las posibilidades y necesidades de
cada uno, mientras que en el camino queda un reguero de miseria y sufrimiento.
En una comparación entre una economía planificada en un
régimen estatista y una economía de mercado en un régimen neoliberal con
predominio del capitalismo, la primera resulta ser más competitiva, a pesar de
que ambas logran que el trabajo sea disciplinado y subsista en un nivel de vida
austero. Mientras la primera logra sus objetivos económicos sin ambages, la
segunda debe moverse necesariamente en forma ambigua para sortear las
veleidades del mercado y las excentricidades de los capitalistas. Las crisis
económicas de la segunda no tiene como causa la capacidad de crédito del
sistema bancario, y por mucho que se apoye al sistema financiero cuando entra
rojo, los proyectos de desarrollo son inviables justamente por faltas en
competitividad.
La economía de mercado se desarrolla dentro de condiciones
estructurales muy determinadas y que constituyen el marco económico dentro del
cual se desenvuelve. Estas condiciones son naturalmente de una escala superior,
y muchas pueden ser determinadas en escalas mayores mediante la regulación, la
orientación, la planificación, la programación, el control. Las empresas y
corporaciones transnacionales, por ejemplo, determinan muchas condiciones desde
esas escalas. Un Estado democrático puede intervenir regulando la
planificación, la programación y el control económico de dicho marco económico
sin menoscabar para nada el positivo efecto de asignación de recursos del libre
mercado. Y al hacerlo consigue subsanar los defectos de una actividad económica
si se la dejara completamente a su arbitrio.
Si bien una economía de mercado es eficiente en la
asignación de recursos para el crecimiento económico, no lo es para decidir la
dirección u orientación del crecimiento, ni de su conveniencia. Esta segunda
función pertenece no a las ciegas leyes del mercado, sino a una política
razonada y consensuada que persiga el bien común antes que el beneficio
económico de algún individuo en particular. De este modo, como observamos
anteriormente, mientras el capital privado es normalmente invertido en forma
selectiva según el mayor beneficio posible para el interés individual, el capital
público es normalmente invertido según el bien común. El primero no está en
función de la equidad, en tanto que el segundo se preocupa principalmente por
el interés de todos los individuos de la sociedad civil.
Es fácilmente comprensible que una economía planificada, que
puede coexistir con la libre empresa, es contraria de una economía de mercado
cuando ambas se miden en una misma escala. Sin embargo, no conviene
enceguecerse por las ideologías predominantes que obligan a tomar una opción en
la alternativa planificación versus mercado o, para simplificar, Estado versus
mercado, sin considerar diferencias de escalas. Una economía planificada y una
economía de mercado no son necesariamente contradictorias, sino que son hasta
complementarias cuando se las consideran en escalas distintas, puesto que la
escala del Estado contiene como una de sus partes al mercado. En la escala de
la empresa, por ejemplo, es indispensable la planificación de la producción
para que los bienes y servicios producidos lleguen a ser más competitivos en la
escala del mercado. Similarmente, es necesaria la planificación de la economía
en la escala de la economía de una nación, principalmente para determinar
prioridades y dar orientación al desarrollo, y también para un mejor aprovechamiento
de los recursos humanos y naturales, una apropiada preservación del medio
ambiente, una distribución más equitativa de los esfuerzos y del consumo, e
incluso una mejor estructuración de los mercados.
La conclusión que ha quedado de manifiesto tras la
experiencia negativa de los socialismos reales es que el principio de
subsidiariedad, aquél que respeta la funcionalidad de las unidades discretas,
ha sido negado. Tanto como el solo mercado no consigue ajustarse
automáticamente a los recursos disponibles, satisfacer en forma equitativa las
necesidades de los seres humanos, ni preservar el medio ambiente, una
planificación de la economía en cualquier escala considerada no es eficiente si
no interviene el mercado cuando los productos necesitan transarse. Si bien el
mercado indica la demanda y la oferta por bienes y servicios a través de los
precios, señalando la conveniencia o no de producirlos, no es un factor
determinante para la satisfacción más beneficiosa de las múltiples necesidades
de los seres humanos que componen un grupo social y que consiga además la preservación
del medio ambiente.
En el fondo de las diferencias entre una economía de mercado
y una economía planificada es que en la primera confluyen los intereses
dispares de los individuos y en la segunda los intereses están centralmente
organizados, ya sea concertados (como en una democracia) o dirigidos (como en
un totalitarismo). En el primer caso, existe disparidad de intereses, que es lo
que ocurre habitualmente con la productividad individual y la satisfacción de
necesidades individuales. Entonces se recurre a la transacción y a la
negociación, y el mercado resulta ser el mecanismo más eficiente para
realizarlas con un máximo beneficio posible para las partes.
En el segundo caso los intereses se estructuran en torno a
un objetivo común, como, por ejemplo, la generación de un producto, el tipo de
educación, el abastecimiento de energía, la fluidez del tránsito, la defensa
contra un enemigo, el transporte público. Entonces la acción se organiza, se
planifica, se concierta. Este segundo tipo de acción es propio de las
estructuras que tienen por objetivo no el interés individual, subjetivo, sino
el bien común y el interés en regular cosas objetivas, como las estructuras
productivas y administrativas. De ahí que sea indispensable la coexistencia de
ambos tipos de economías, siempre que se distingan las escalas de cada cual, y,
por tanto, sus planos particulares de acción, pues toda necesidad individual
subjetiva es satisfecha por algún bien objetivo.
Desde el punto de vista del riesgo y el desarrollo
económico, existe una diferencia entre la economía planificada y la libre
empresa. Existen ocasiones cuando la sociedad civil, a través del Estado,
persigue directa o indirectamente objetivos económicos que no son de interés
para los empresarios ya sea porque los beneficios son de muy largo plazo, son
menores a los del mercado, los riesgos son muy altos, se trata de una actividad
monopólica, o son emprendimientos que sólo la magnitud del Estado es capaz de
efectuar. Entonces la entidad que planifica y produce queda dependiente del
Estado, o es el mismo Estado. Existen otras ocasiones cuando se valoriza más el
libre emprendimiento. Entonces el riesgo es asumido por los particulares.
Pero lo más decisivo en la distinción entre una economía de
mercado y una planificada es que las decisiones en la primera son válidas para
el presente o, máximo, para el corto plazo, en tanto que la planificación
involucra decisiones para el largo plazo. Siendo que desde el punto de vista
del desarrollo económico aquellas decisiones económicas que son necesariamente
de largo plazo, la planificación económica, ya sea hecha por el Estado o por la
empresa, es fundamental. También una economía planificada nacional es justificada
por la estrategia económica que puede generar la estructura socio-política.
Por último, no debe olvidarse que los éxitos colectivos
mayores que ha visto la historia se debe a una planificación centralizada
efectiva. Los enormes emprendimientos de la Segunda Guerra
Mundial, por ejemplo, fueron el fruto de la planificación. Las gigantescas
batallas, en las que intervinieron millones de soldados, hubieran sido
imposibles sin una planificación centralizada de la economía en cada bando para
producir el armamento, transportarlo a los campos de batallas, movilizar y
entrenar a los combatientes, organizar los ejércitos, abastecerlos en el frente
y todo esto, mientras se hacía funcionar la nación, como en tiempos de paz, en
medio de la creciente destrucción.
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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 4 – La economía de mercado.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 4 – La economía de mercado.
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